LOURDES MURILLO

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Lourdes Murillo pinta desde que tiene memoria, por eso se define a sí misma como pintora.

Se formó en la facultad de Bellas Artes de Sevilla, donde cursó también el doctorado.

Habitualmente trabaja tanto con instituciones como con galerías privadas, con las que ha acudido a ferias como ARCO en Madrid, Artísima en Turín o Artelisboa.

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Hace obra gráfica y libros de autora como + que palabras,  la ciudad, la casa y el jardín o Ausencias.

En la actualidad tiene su estudio en Trujillo, desde donde quiere, como un árbol las ramas, llevar su obra lo más lejos posible. 

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El trabajo de Lourdes Murillo hunde sus raíces en la memoria y en la poesía a partir de una obsesiva búsqueda de la belleza. Emplea los materiales adecuados para cada pieza, que pueden ser herencia  familiar, marcos dorados o papeles antiguos que albergan el tiempo y custodian el pasado.

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Cuando pinta su medio es el óleo, que esparce con sus propias manos sobre el lienzo.

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Puesto que le motivan los espacios con carácter,  colabora con arquitectos en  obras definitivas. También interviene temporalmente en edificios históricos como es el caso de su última exposición, realizada la pasada  primavera en san Joaquín de los Agustinos Recoletos, una iglesia del siglo XVII en estado ruinoso en el pequeño municipio de Santa Cruz de la Sierra, Cáceres. 

 

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Nota de intención del artista:

LAS FUENTES DE GRANDSON

 

Las fuentes de Grandson es una propuesta cuyo objetivo consiste en redescubrir las fuentes a través de diversos paseos por el pueblo.

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Al visitar Grandson nuestros ojos se llenan de agua. Es el lago. No comentaré su naturaleza ni su belleza porque son evidentes, pero sí su inmensidad. Parece infinito, pero no es suficiente. Se desborda por las calles y las plazas, como si de vasos comunicantes se tratara, para aflorar en las fuentes e invadir con delicadeza el trazado urbano.

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Son aguas cristalinas cuyo alegre sonido acompañará durante el itinerario mezclándose con el ruido del tráfico, el canto de las oscuras golondrinas o el celestial del carrillón de la iglesia, que nos recuerda con cada cuarto la fugacidad de la vida.

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Las fuentes se convierten en un motivo casi obsesivo de búsqueda: las escondidas, las que guardan la memoria de leyendas y las secas, melancólicas que añoran el agua que un día las habitó.

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El proyecto nace de la fascinación que me produce esta pequeña extensión urbana del lago, la que se adentra en las calles para convivir con nosotros. He elegido siete de ellas, un número simbólico.

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Intervenir sin interferir. Quiero intervenir en los vasos, en el fondo o en la superficie del agua sin interferir en su uso y disfrute ni en su estética. Me basaré en la historia,  la forma y el entorno. Cada fuente tendrá un planteamiento diferente que realce su propia belleza natural: un poema para adornar sus aguas.

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Mi medio de expresión se sirve de materiales humildes que se unen a los existentes sin agresividad, porque el respeto por el lugar arquitectónico donde se trabaja debe ser absoluto tanto en el formato como en la idea desarrollada. Y el resultado, aunque producto de largas reflexiones, sencillo.